SEMANA 20: Los nuevos retos

 


Culminada la guerra de Independencia, Colombia enfrentaba, por sí sola, el enorme reto de sostenerse como nación autónoma y ya sin la tutela de un poder metropolitano. ¿En qué situación se encontraba el país para enfrentar semejante desafío?

En la época nadie dudaba de la existencia de ingentes riquezas naturales inexplotadas y del excelente potencial de la Nueva Granada para el comercio mundial, particularmente resaltados por Francisco José de Caldas en el primer artículo del Semanario del Nuevo Reino de Granada, publicado en enero de 1808. Allí Caldas había sintetizado la ilusión que sirvió de acicate a los granadinos a lo largo del siglo XIX: “Convengamos: nada hay mejor situado en el viejo ni en el nuevo Mundo que la Nueva Granada”.


En la Nueva Granada la clase dirigente fue diezmada durante la campaña de Nariño en el sur, la sangrienta guerra de Venezuela, la reconquista y la implacable represión ejercida por Pablo Morillo y Juan de Sámano. Por esta razón, al constituirse la república, tuvieron que afrontar la dirección del Estado los miembros de una joven generación levantada en los campamentos, sin experiencia en el gobierno y en la administración. Francisco de Paula Santander, encargado del poder tras la Batalla de Boyacá, gobernó en el marco de cumplimiento de la ley, con lo cual sentó la base del Estado de derecho e imprimió un estilo de gobierno. Afortunadamente, en su inmensa mayoría, los gobernantes que lo sucedieron -civiles y militares-, tuvieron un criterio republicano y civilista, el cual evitó que se dieran las dictaduras de los caudillos que dominaron la vida política en Venezuela y en general en la mayoría de países de Latinoamérica.

Estos sobrevivientes tuvieron que enfrentarse a la tarea colosal de constituir un Estado republicano, basado en la sujeción de los gobernantes a ley, la separación de poderes, la independencia judicial, el respeto de los derechos ciudadanos y a las libertades públicas. Tuvieron que rehacer una economía devastada por la guerra, domeñar el ímpetu de los caudillos, adecuar el numeroso ejército vencedor a las circunstancias de la vida civil, iniciar la reconciliación, obtener el reconocimiento internacional, negociar la deuda externa contraída durante la guerra, establecer las fronteras, integrar un vasto territorio carente de vías de comunicación e intrincada geografía, emprender programas de educación pública en un país con una población sustancialmente analfabeta, crear una democracia liberal basada en ciudadanos iguales ante la ley y no en súbditos constitutivos de una sociedad aristocrática Las relaciones internacionales se iniciaron con la negociación conducente a que las potencias le dieran el reconocimiento internacional al nuevo Estado. Inglaterra y los Estados Unidos solo se decidieron a ello cuando ya la suerte estaba echada porque, tras la Batalla de Boyacá, se pudo organizar un gobierno estable y se procedió a liberar el resto del territorio. Las otras potencias –Francia, el Imperio austríaco, etcétera–, fueron reacias a ello porque practicaban las directrices del Congreso de Viena, restauradoras de las monarquías.

La nueva república debía delimitar su territorio. Colombia quedó constituida por la Nueva Granada, Venezuela y Ecuador, cuyas dos terceras partes aún no estaban liberadas. A esto debía agregarse la liberación de Perú y Bolivia, que implicó un tremendo esfuerzo económico, administrativo y militar. Además, al fin de la contienda fue preciso repatriar y desmovilizar un ejército de más de 15.000 hombres cuya tarea libertadora los había situado fuera del país, con los problemas que tal desmovilización implica, como bien se ha visto en diferentes épocas de la historia de Colombia.


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